martes, 9 de septiembre de 2014

El humanismo griego

El Siglo V a.C en la cultura griega puede denominarse de forma análoga a lo que fue el siglo de las luces en la Modernidad, como el Siglo de la Ilustración helena. Fue una época que cambió el rumbo de la filosofía que se venía dando hasta el momento. De una manera de reflexionar buscando el principio material de la Naturaleza en ella misma, la elucubración filosófica se vuelca ahora sobre el hombre y lo que le concierne a él. En otras palabras, la búsqueda de la verdad versa primordialmente en su humanidad, en la forma de cómo ha de comportarse la persona, a qué ha de aspirar y cómo ha de ser la estructura social a la cual pertenece. Es, en otras palabras, el siglo de la transición, de la paideia.
Protagonistas del tiempo floreciente del humanismo griego fueron los sofistas. Ellos marcaron decisivamente en la sociedad la concepción de la vida y el mundo. Sus famosas doctrinas sobre el relativismo y de que “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son”, son como consecuencia de las teorías precedentes de los filósofos de la naturaleza. En éstos últimos nunca permaneció una percepción de la realidad que condujera a la unidad o a la plena certeza de algo, sino que colaboró a que el hombre griego se fatigara de continuo cambio de doctrina y llegara a ser él el definidor del universo. He ahí que Protágoras y los demás sofistas tuvieran como referencia la cita anteriormente mencionada.
Por otro lado, los que se consideraban sabios (sofista: sophós) poseían gran dominio en el arte de la persuasión, lo cual era la causa más próxima por la cual el ambiente intelectual del momento los despreciara como unos aparentados de conocimiento, que creían saber mucho pero no conocían nada. Los sofistas, cuyos más famosos representantes fueron Protágoras y Gorgias, convencían a los más jóvenes atenienses de que se educaran con ellos por su retórica y profundidad. Sin embargo, ellos, como eran amantes de la retribución económica, sólo les incumbía lo que significara dinero para ellos y no propiamente el crecimiento virtuoso que la educación ha de proporcionar. En otras palabras, hicieron de la actividad filosófica de una profesión compensada materialmente. 
Además, en relación con lo anterior, el status inter-ciudadano, es decir, lo cosmopolita y los interés comunes de los integrantes de la sofística, conllevaron a que ganaran prestigio en la sociedad hasta cierto tiempo, logrando asentar sus doctrinas tanto intelectuales, retóricas y morales en el conglomerado social humano.  De ahí que la desvalorización de las costumbres, el escepticismo ante la verdad y el subjetivismo ético dominaran los ambientes más remotos de la vida cotidiana. No obstante, como todo tiempo histórico oscuro y necesitado de pautas claras que guíen hacia la verdad y bienestar moral, aparece el más profundo refutador eximio de los sofistas: Sócrates, cuya mayéutica e ironía harían de todo el movimiento una burla e hipocresía ante el pueblo ateniense. Empero, la retórica le ganó a la virtud, ocasionando finalmente la muerte trágica del amante de la verdad bebiendo la cicuta.

De esta manera, la filosofía sufre un gran trance positivo en el humanismo griego. ¿Por qué? Porque el pensamiento gira en torno al mismo hombre, al origen de la vida y de la sociedad. Esto causa unos grandes cambios culturales y políticos que desarrollarían el reflexionar filosófico de forma ingente. El agnosticismo y ateísmo sofístico con toda la relatividad de los valores, de una u otra manera logra que los filósofos más perspicaces como Sócrates, Platón y Aristóteles, buscaran con más profundidad racional la verdad última del ser humano, del mundo y de la divinidad, teniendo como consecuencia unos hermosos tratados y diálogos sobre metafísica, ética, antropología, física, lógica y literatura, todo gracias al humanismo naciente.

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