El Siglo V a.C en la cultura griega puede denominarse de
forma análoga a lo que fue el siglo de las luces en la Modernidad, como el
Siglo de la Ilustración helena. Fue una época que cambió el rumbo de la
filosofía que se venía dando hasta el momento. De una manera de reflexionar
buscando el principio material de la Naturaleza en ella misma, la elucubración
filosófica se vuelca ahora sobre el hombre y lo que le concierne a él. En otras
palabras, la búsqueda de la verdad versa primordialmente en su humanidad, en la
forma de cómo ha de comportarse la persona, a qué ha de aspirar y cómo ha de
ser la estructura social a la cual pertenece. Es, en otras palabras, el siglo
de la transición, de la paideia.
Protagonistas del tiempo floreciente del humanismo griego fueron
los sofistas. Ellos marcaron decisivamente en la sociedad la concepción de la
vida y el mundo. Sus famosas doctrinas sobre el relativismo y de que “el hombre
es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no
son en cuanto no son”, son como consecuencia de las teorías precedentes de los
filósofos de la naturaleza. En éstos últimos nunca permaneció una percepción de
la realidad que condujera a la unidad o a la plena certeza de algo, sino que
colaboró a que el hombre griego se fatigara de continuo cambio de doctrina y
llegara a ser él el definidor del universo. He ahí que Protágoras y los demás
sofistas tuvieran como referencia la cita anteriormente mencionada.
Por otro lado, los que se consideraban sabios (sofista: sophós) poseían gran dominio
en el arte de la persuasión, lo cual era la causa más próxima por la cual el
ambiente intelectual del momento los despreciara como unos aparentados de
conocimiento, que creían saber mucho pero no conocían nada. Los sofistas, cuyos
más famosos representantes fueron Protágoras y Gorgias, convencían a los más
jóvenes atenienses de que se educaran con ellos por su retórica y profundidad.
Sin embargo, ellos, como eran amantes de la retribución económica, sólo les
incumbía lo que significara dinero para ellos y no propiamente el crecimiento
virtuoso que la educación ha de proporcionar. En otras palabras, hicieron de la
actividad filosófica de una profesión compensada materialmente.
Además, en
relación con lo anterior, el status inter-ciudadano, es decir, lo cosmopolita y los
interés comunes de los integrantes de la sofística, conllevaron a que ganaran
prestigio en la sociedad hasta cierto tiempo, logrando asentar sus doctrinas
tanto intelectuales, retóricas y morales en el conglomerado social humano. De ahí que la desvalorización de las
costumbres, el escepticismo ante la verdad y el subjetivismo ético dominaran
los ambientes más remotos de la vida cotidiana. No obstante, como todo tiempo
histórico oscuro y necesitado de pautas claras que guíen hacia la verdad y
bienestar moral, aparece el más profundo refutador eximio de los sofistas:
Sócrates, cuya mayéutica e ironía harían de todo el movimiento una burla e hipocresía
ante el pueblo ateniense. Empero, la retórica le ganó a la virtud, ocasionando
finalmente la muerte trágica del amante de la verdad bebiendo la cicuta.
De esta manera, la filosofía sufre un gran trance positivo en
el humanismo griego. ¿Por qué? Porque el pensamiento gira en torno al mismo
hombre, al origen de la vida y de la sociedad. Esto causa unos grandes cambios
culturales y políticos que desarrollarían el reflexionar filosófico de forma
ingente. El agnosticismo y ateísmo sofístico con toda la relatividad de los
valores, de una u otra manera logra que los filósofos más perspicaces como Sócrates,
Platón y Aristóteles, buscaran con más profundidad racional la verdad última
del ser humano, del mundo y de la divinidad, teniendo como consecuencia unos
hermosos tratados y diálogos sobre metafísica, ética, antropología, física,
lógica y literatura, todo gracias al humanismo naciente.
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