Ahora bien, la última parte del diálogo, luego de ya haber discutido el fundador de la mayéutica con Gorgias y Polo, tratando respectivamente de cuál es el objeto de la retórica o arte de persuasión y de si es peor de cometer o recibir un acto injusto, concierne a la definición de lo que es la virtud como medio de alcanzar la felicidad y del cuidado o embellecimiento del alma, es decir, de la moralidad que el hombre debe asumir para ser perfectamente feliz.
Calicles, que la hermenéutica define como un personaje ideado por Platón para representar la doctrina sofística, refuta con gran amargura que, con la
excusa de buscador de la verdad, Sócrates con mala fe enmaraña a sus rivales en
la discusión logrando que se contradigan. Va llevando a la persona con quien
arguye a unos argumentos que en el momento no se tratan (en el diálogo sobre la ley y sobre la naturaleza). Para el sofista, la ley es una convención
no natural, (o sea, que no viene en el ser de la naturaleza) con la cual el hombre más débil busca reducir el poder del más fuerte para que
así "no se salga con la suya'' y tenga más que aquellos que no son como él. De este modo, la ley
frena a lo que por naturaleza, según Calicles, debe ejercitar un ser racional, o sea, aprovecharse de los más débiles. Los de mejor juicio y carácter son las personas más poderosas, los cuales los hace superiores a los demás, y por justa naturaleza les corresponde dominar y poseer más que el resto. Los más aptos son aquellos que tienen mayor capacidad de gobernar y de administrar los asuntos de la ciudad, por su poder de convencimiento y decisión.
Por otro lado, afirma que la filosofía en el hombre adulto es como el hombre viejo que juguetea como niño, siendo totalmente ridículo y digno de
azotes. Sólo se ha de filosofar cuando se es joven, siendo el reflexionar
filosófico útil para la educación. Sin embargo, cuando crece ha de ocuparse de
los asuntos de la ciudad (política, oratoria), siendo necesario para aquello el
desligarse de la filosofía. Además, ante la asamblea, el menos
instruido en retórica puede hacer que el filósofo caiga en la condena de
muerte, ya que posee el poder de convencimiento que el pensador carece (En el gran discurso de Calicles se ve el
espíritu retórico en toda su riqueza: pragmatismo, apariencia de conocimiento, afán de estimación, poder económico, escepticismo y relativismo hacia la verdad).
Con respecto a la argumentación que Sócrates realiza para defender la virtudes de la templanza y modestia, Calicles asevera que el
refreno de los deseos por vivir según valores concordados por la multitud frágil, por
darse cuenta de que no pueden disfrutar de lo que los mejores por naturaleza sí
pueden realizar, es decir, dejar construir lo que el deseo, intemperancia,
libertinaje y molicie producen, entonces los débiles crean las leyes morales para calificar
de injusto lo que ellos por envidia no logran acometer. De este modo, la felicidad, según la sofística, está en
satisfacer deseos y no en contenerlos, como afirma Sócrates. La virtud es la
satisfacción del deseo.
El decidido, apasionado y joven contender de Sócrates asegura que todo placer es bueno, aunque hay unos mejores que otros.
Siguiendo el ejemplo de los hombres valientes y cobardes propuesto por
Sócrates, afirma que son buenos tanto unos como otros, manteniendo el
relativismo propio de los sofistas,
negando que la valentía sea una cualidad positiva y la cobardía, una
negativa.
En lo que respecta a los últimos momentos de la reunión, renuncia Calicles a la
discusión con Sócrates por sus permanentes preguntas que lo sofocan. Él no llega a saber responder a las interrogaciones que le planteaba su contendor,
causando disgusto y abandono del coloquio. Así pues, el sofista se limita a la escucha por parte del filósofo ateneo,
viéndose forzado, aunque conservando la actitud obstinada y rebelde que le es propia, a aceptar muchas verdades que asevera Sócrates mediante su método mayéutico. Finalmente, Calicles no parece haber quedado tan humillado como Gorgias y Polo, pero sí se vio obligado a reconocer muchos conocimientos que le disgustaban, pero que componían la verdadera realidad.