jueves, 18 de septiembre de 2014

Lo que dice Calicles ante Sócrates

          El diálogo del Gorgias, que fue escrito por el maestro de Aristóteles, calificado como una de sus obras de transición al paso de la madurez en su filosofía, estriba en cómo era concebida la vida política y sus herramientas de la Grecia del siglo V a.C y de las creencias racionales que se mantenían entre los más altos letrados. En ella, la retórica lo era todo para obtener poder y dominio políticos ante el pueblo. Más valía la persuasión y lindura del discurso, que la verdad misma de las cosas. Es por eso que Sócrates, amante de la sabiduría, y los sofistas, que buscaban el poder y retribución económica por sus lecciones, estuvieron en continua pugna por los objetivos divergentes que ambos mantenía.
          Ahora bien, la última parte del diálogo, luego de ya haber discutido el fundador de la mayéutica con Gorgias y Polo, tratando respectivamente de cuál es el objeto de la retórica o arte de persuasión y de si es peor de cometer o recibir un acto injusto, concierne a la definición de lo que es la virtud como medio de alcanzar la felicidad y del cuidado o embellecimiento del alma, es decir, de la moralidad que el hombre debe asumir para ser perfectamente feliz.
       Calicles, que la hermenéutica define como un personaje ideado por Platón para representar la doctrina sofística, refuta con gran amargura que, con la excusa de buscador de la verdad, Sócrates con mala fe enmaraña a sus rivales en la discusión logrando que se contradigan. Va llevando a la persona con quien arguye a unos argumentos que en el momento no se tratan (en el diálogo sobre la ley y sobre la naturaleza). Para el sofista, la ley es una convención no natural, (o sea, que no viene en el ser de la naturaleza) con la cual el hombre más débil busca reducir el poder del más fuerte para que así "no se salga con la suya'' y tenga más que aquellos que no son como él. De este modo, la ley frena a lo que por naturaleza, según Calicles, debe ejercitar un ser racional, o sea, aprovecharse de los más débiles. Los de mejor juicio y carácter son las personas más poderosas, los cuales los hace superiores a los demás, y por justa naturaleza les corresponde dominar y poseer más que el resto. Los más aptos son aquellos que tienen mayor capacidad de gobernar y de administrar los asuntos de la ciudad, por su poder de convencimiento y decisión.
         Por otro lado, afirma que la filosofía en el hombre adulto es como el hombre viejo que juguetea como niño, siendo totalmente ridículo y digno de azotes. Sólo se ha de filosofar cuando se es joven, siendo el reflexionar filosófico útil para la educación. Sin embargo, cuando crece ha de ocuparse de los asuntos de la ciudad (política, oratoria), siendo necesario para aquello el desligarse de la filosofía. Además, ante la asamblea, el menos instruido en retórica puede hacer que el filósofo caiga en la condena de muerte, ya que posee el poder de convencimiento que el pensador carece (En el gran discurso de Calicles se ve el espíritu retórico en toda su riqueza: pragmatismo, apariencia de conocimiento, afán de estimación, poder económico, escepticismo y relativismo hacia la verdad).
         Con respecto a la argumentación que Sócrates realiza para defender la virtudes de la templanza y modestia, Calicles asevera que el refreno de los deseos por vivir según valores concordados por la multitud frágil, por darse cuenta de que no pueden disfrutar de lo que los mejores por naturaleza sí pueden realizar, es decir, dejar construir lo que el deseo, intemperancia, libertinaje y molicie producen, entonces los débiles crean las leyes morales para calificar de injusto lo que ellos por envidia no logran acometer. De este modo, la felicidad, según la sofística, está en satisfacer deseos y no en contenerlos, como afirma Sócrates. La virtud es la satisfacción del deseo.
         El decidido, apasionado y joven contender de Sócrates asegura que todo placer es bueno, aunque hay unos mejores que otros. Siguiendo el ejemplo de los hombres valientes y cobardes propuesto por Sócrates, afirma que son buenos tanto unos como otros, manteniendo el relativismo propio de los sofistas,  negando que la valentía sea una cualidad positiva y la cobardía, una negativa.
En lo que respecta a los últimos momentos de la reunión, renuncia Calicles a la discusión con Sócrates por sus permanentes preguntas que lo sofocan. Él no llega a saber responder a las interrogaciones que le planteaba su contendor, causando disgusto y abandono del coloquio. Así pues, el sofista se limita a la escucha por parte del filósofo ateneo, viéndose forzado, aunque conservando la actitud obstinada y rebelde que le es propia, a aceptar muchas verdades que asevera Sócrates mediante su método mayéutico. Finalmente, Calicles no parece haber quedado tan humillado como Gorgias y Polo, pero sí se vio obligado a reconocer muchos conocimientos que le disgustaban, pero que componían  la verdadera realidad.

martes, 9 de septiembre de 2014

El humanismo griego

El Siglo V a.C en la cultura griega puede denominarse de forma análoga a lo que fue el siglo de las luces en la Modernidad, como el Siglo de la Ilustración helena. Fue una época que cambió el rumbo de la filosofía que se venía dando hasta el momento. De una manera de reflexionar buscando el principio material de la Naturaleza en ella misma, la elucubración filosófica se vuelca ahora sobre el hombre y lo que le concierne a él. En otras palabras, la búsqueda de la verdad versa primordialmente en su humanidad, en la forma de cómo ha de comportarse la persona, a qué ha de aspirar y cómo ha de ser la estructura social a la cual pertenece. Es, en otras palabras, el siglo de la transición, de la paideia.
Protagonistas del tiempo floreciente del humanismo griego fueron los sofistas. Ellos marcaron decisivamente en la sociedad la concepción de la vida y el mundo. Sus famosas doctrinas sobre el relativismo y de que “el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto no son”, son como consecuencia de las teorías precedentes de los filósofos de la naturaleza. En éstos últimos nunca permaneció una percepción de la realidad que condujera a la unidad o a la plena certeza de algo, sino que colaboró a que el hombre griego se fatigara de continuo cambio de doctrina y llegara a ser él el definidor del universo. He ahí que Protágoras y los demás sofistas tuvieran como referencia la cita anteriormente mencionada.
Por otro lado, los que se consideraban sabios (sofista: sophós) poseían gran dominio en el arte de la persuasión, lo cual era la causa más próxima por la cual el ambiente intelectual del momento los despreciara como unos aparentados de conocimiento, que creían saber mucho pero no conocían nada. Los sofistas, cuyos más famosos representantes fueron Protágoras y Gorgias, convencían a los más jóvenes atenienses de que se educaran con ellos por su retórica y profundidad. Sin embargo, ellos, como eran amantes de la retribución económica, sólo les incumbía lo que significara dinero para ellos y no propiamente el crecimiento virtuoso que la educación ha de proporcionar. En otras palabras, hicieron de la actividad filosófica de una profesión compensada materialmente. 
Además, en relación con lo anterior, el status inter-ciudadano, es decir, lo cosmopolita y los interés comunes de los integrantes de la sofística, conllevaron a que ganaran prestigio en la sociedad hasta cierto tiempo, logrando asentar sus doctrinas tanto intelectuales, retóricas y morales en el conglomerado social humano.  De ahí que la desvalorización de las costumbres, el escepticismo ante la verdad y el subjetivismo ético dominaran los ambientes más remotos de la vida cotidiana. No obstante, como todo tiempo histórico oscuro y necesitado de pautas claras que guíen hacia la verdad y bienestar moral, aparece el más profundo refutador eximio de los sofistas: Sócrates, cuya mayéutica e ironía harían de todo el movimiento una burla e hipocresía ante el pueblo ateniense. Empero, la retórica le ganó a la virtud, ocasionando finalmente la muerte trágica del amante de la verdad bebiendo la cicuta.

De esta manera, la filosofía sufre un gran trance positivo en el humanismo griego. ¿Por qué? Porque el pensamiento gira en torno al mismo hombre, al origen de la vida y de la sociedad. Esto causa unos grandes cambios culturales y políticos que desarrollarían el reflexionar filosófico de forma ingente. El agnosticismo y ateísmo sofístico con toda la relatividad de los valores, de una u otra manera logra que los filósofos más perspicaces como Sócrates, Platón y Aristóteles, buscaran con más profundidad racional la verdad última del ser humano, del mundo y de la divinidad, teniendo como consecuencia unos hermosos tratados y diálogos sobre metafísica, ética, antropología, física, lógica y literatura, todo gracias al humanismo naciente.